En mi corta experiencia como traductora, sólo he trabajado como intérprete una vez. Fue en setiembre de 2009 y me llamaron a las nueve de la mañana de una agencia de traducción (cuyo nombre se ha resbalado casualmente de mi memoria) para cubrir una interpretación de enlace inglés-español, pues la persona que iba a ir les había fallado.
En aquel momento me embargó la ilusión de tener un trabajo relacionado con lo que había estudiado; había enviado muchísimos currículums a agencia y empresas, sin resultado alguno. Acepté, y fue cuando me dieron la primera sorpresa: era ese mismo día a las 11 del mediodía, en una dirección lejana y no me dieron tiempo a prepararme nada: sólo me dijeron que era una reunión.
En vista que apenas tenía tiempo, salí corriendo como pude. El resultado fue: una de las partes (que era la que yo representaba) llegó tarde y la reunión fue en una cafetería en donde no les dio tiempo a servirnos el café, pues el encuentro duró 20 minutos. Eso sí, el pago por parte de la agencia fue puntual y correcto.
La conclusión y el consejo que quiero dar a quien estas líneas y sea colega de profesión es que no pidáis encargos imposibles, aunque sea uno de los primeros que os ofrezcan cuando os hayáis licenciado. A veces no vale la pena correr por un hueso medio roído y esperar a que venga uno con un buen trozo de carne.